¿ERA JESÚS ANALFABETO?
Recientemente, algunos estudiosos han sugerido que Jesús era un analfabeto funcional. Admiten que es posible que Jesús conociera el alfabeto y pudiera entender unas cuantas palabras e incluso escribir su nombre, pero es probable que no supiera leer ni escribir. Otros investigadores piensan que Jesús sabía leer y tal vez escribir, pero no en el nivel de competencia que podía esperarse de un escriba profesional. Los especialistas están divididos a propósito de esta cuestión, porque los datos disponibles son en cierto modo ambiguos.

Muchos cristianos afirmarán de inmediato que, por supuesto, Jesús no era analfabeto. Después de todo, era el Hijo de Dios y podía hacer cualquier cosa. Los cristianos de los siglos II y III y posteriores empezaron también a darlo por supuesto. Algunos sugirieron que, de niño, Jesús fue un estudiante prodigioso que ridiculizaba a su maestro. Pero esto no es coherente con la creencia cristiana en la plena humanidad de Jesús. De hecho, según Hebreos 5:8, Jesús «aprendió sufriendo a obedecer». Y en una de las primeras profesiones de fe Cristianas se dice que Jesús «se vació a sí mismo, tomando la forma de esclavo» (Flp 2:7). Esto implica claramente limitaciones de alguna clase.

Es legítimo, por tanto, preguntar si Jesús era analfabeto. En un sentido teológico, Jesús no necesitaba saber leer y escribir para realizar su ministerio. Así pues, la cuestión no es si Jesús como Hijo de Dios tenía que saber leer (o conocer las matemáticas avanzadas, astronomía o cualquier otro tema). Más bien, la cuestión es si Jesús sabía leer y si, de hecho, leía. Los datos de que disponemos, vistos a la luz de consideraciones generales y contextúales, favorecen una respuesta positiva.

Hay tres tipos de datos que debemos explorar para responder a esta cuestión. El primer tipo de datos son los pasajes específicos, que son unos pocos. Lucas 4:16-30 presenta a Jesús leyendo en el rollo de Isaías y predicando después una homilía. La mayoría de los estudiosos dudan a la hora de sacar conclusiones sólidas de este pasaje, porque parece una ampliación de Marcos 6:1-6, que no dice nada sobre la lectura de la Escritura. Juan 8:6 afirma que Jesús se inclinó y escribió en el suelo con el dedo. El problema está aquí en que con toda probabilidad este pasaje (es decir, Jn 7,53-8,11) no es parte de la versión original del Evangelio de Juan. Aun cuando se acepte que el pasaje preserva un recuerdo auténtico de algo que Jesús hizo, no nos dice nada seguro acerca de la capacidad de leer y escribir de Jesús. Pudo limitarse a hacer garabatos. Juan 7:15 se refiere directamente a la cuestión que nos ocupa. En Jerusalén, algunos se preguntaban: «¿Cómo es posible que este hombre sepa tanto sin haber estudiado?». Su pregunta suena literalmente: «¿Cómo entiende de letras sin haber estudiado?» (o «sin haber aprendido»). Pero aquí se hace referencia a una falta, de aprendizaje formal, escribal, no al hecho de que no tuviera ningún tipo de formación. Detrás de la pregunta está el conocimiento de que Jesús no se había sentado a los pies de un rabino o sabio instruido y reconocido. No obstante, ser reconocido como una persona que entiende de letras es un argumento contra el analfabetismo.

Los datos de estos relatos específicos de los evangelios del Nuevo Testamento nos llevan a pensar que Jesús no era analfabeto, o al menos a afirmar que en el cristianismo primitivo se daba por supuesto que Jesús sabía leer y escribir. No obstante, no queda claro cuál era su nivel de alfabetización. Naturalmente, algunos estudiosos hacen caso omiso de estos relatos evangélicos, aduciendo que no se remontan realmente al Jesús histórico, sino que únicamente son suposiciones sobre Jesús sostenidas por cristianos de la segunda y la tercera generación. En cualquier caso, estos pasajes no resuelven la cuestión.

El segundo tipo de datos de que disponemos son los contextúales, la investigación sobre los niveles generales de alfabetización en el imperio romano en tiempos de Jesús y sobre los niveles de alfabetización entre el pueblo judío como un grupo distintivo. La opinión de los investigadores varía ampliamente también en este punto: unos sostienen que el grado de alfabetización era bajo (tan sólo del 5 por ciento, o menos), y otros concluyen que el nivel de alfabetización era más alto, especialmente entre los varones judíos.

El principal problema con este tipo de datos Contextúales es que, con independencia de lo que puedan revelar sobre la población en general, no nos revelan nada necesariamente sobre un individuo concreto, en este caso Jesús de Nazaret. Si los datos que tenemos sostienen realmente la conclusión de que las tasas de alfabetización eran efectivamente más altas entre los varones judíos, entonces se refuerza el argumento según el cual Jesús sabía leer y escribir. Pero tampoco así se resuelve la cuestión.

El tercer tipo de datos es también contextual y se centra en las actividades y el estilo de ministerio de Jesús, en cómo era percibido por sus contemporáneos -tanto amigos como adversarios- y en cuál fue el resultado de su ministerio. Creo que estos datos inclinan la balanza decisivamente a favor de la conclusión según la cual Jesús, en efecto, estaba funcionalmente alfabetizado.

Según las instrucciones del Antiguo Testamento, los padres judíos tenían que enseñar a sus hijos la ley (véase Dt 6:9; 11:20). Naturalmente, esto no significa que todos los padres lo hicieran o que todos los padres necesariamente entendieran que esta instrucción exigía la alfabetización. La enseñanza de la ley, o de resúmenes o partes clave de ella, se pudo hacer (y probablemente se hizo) oralmente. La alfabetización no era un requisito imprescindible para cumplir este mandato particular de la Escritura. No obstante, tal mandato fomentaría la alfabetización, aun cuando no la exigiera.

Según varios autores judíos que vivieron en tiempos de Jesús, los padres judíos educaban de hecho a sus hijos en la ley y en el aprendizaje de la lectura y la escritura. Por ejemplo, el autor desconocido del Testamento de Leví, un escrito que data probablemente del siglo I a.C, exhorta: «Enseñad a leer a vuestros hijos, para que tengan sabiduría durante toda su vida, leyendo sin descanso la ley de Dios» (13,2).

Flavio Josefo, el historiador judío del siglo I, afirma; «Nos dedicamos preferentemente a la educación de nuestros hijos, a la observancia de las leyes y a las prácticas piadosas que, conforme a esas leyes, han sido transmitidas, haciendo de ella la tarea más necesaria de toda nuestra vida» {Contra Apión 1.60). Y más adelante añade: «[La ley] ordena que se enseñe a los niños a leer y que aprendan las leyes y las acciones de sus antepasados» {Contra Apión 2.204).

Aun cuando se reconoce que estas expresiones proceden de fuentes sacerdotales que probablemente no reflejan las realidades sociales y educacionales y las expectativas de la mayoría de los adultos judíos, de hecho, subrayan el gran valor atribuido a la Escritura y la alfabetización en el mundo judío, especialmente entre los judíos que se tomaban en serio la ley de Moisés. Todo lo que podemos saber de Jesús nos muestra que él pertenecía precisamente a esta clase de personas: él se tomó en serio la Escritura; la citaba, la enseñaba, debatía sobre ella con sacerdotes, escribas y diversas personas y grupos religiosos. Estos datos son un claro argumento para afirmar que Jesús sabía leer y escribir.

Las estadísticas y las generalidades tienen alguna utilidad. Pero es la imagen más amplia del ministerio de Jesús lo que nos hace sacar la conclusión de que Jesús sabía leer. Con frecuencia lo llaman «maestro» (a veces con el término hebreo rabbi, y otras con el arameo rabbouni). Jesús se refiere a sí mismo con este término, y también lo utilizan para dirigirse a él tanto sus partidarios como sus adversarios y detractores.

Jesús y otros llamaban a sus seguidores más cercanos «discípulos», que en hebreo y griego significa literalmente «estudiante». La terminología de maestro y estudiante constituye un argumento de peso a favor de la alfabetización. Resulta difícil imaginar que en el medio judío pudiera haber un rabino analfabeto que se rodeara de discípulos y debatiera sobre la Escritura y su interpretación con otros rabinos y escribas.

El mismo Jesús se refiere a veces a la lectura de la Escritura. Pregunta a los fariseos que critican a sus discípulos porque arrancaban espigas en sábado: «¿Nunca habéis leído lo que hizo David cuando tuvo necesidad y sintió hambre?» (Mc 2;25; véase Mt 12:3). Mateo añade a este pasaje: «¿Tampoco habéis leído en la ley que en día de sábado los sacerdotes, en el templo, quebrantan el sábado sin incurrir en culpa?» (Mt 12:5; véase Mt 19:4).

En otro contexto polémico pregunta Jesús a los jefes de los sacerdotes y los ancianos: «¿No habéis leído esta escritura?» (Mc 12:10). Más tarde pregunta a los saduceos, que habían hecho una pregunta sobre la resurrección: «Y acerca de que los muertos resucitan, ¿no habéis leído en el libro de Moisés, en el pasaje sobre la zarza, cómo Dios le dijo: “Yo soy el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob?”» (Mc 12:26).

En un diálogo con un experto en la ley que le ha preguntado qué hay que hacer para heredar la vida eterna, Jesús le responde con otra cuestión: «¿Qué está escrito en la ley? ¿Qué lees en ella?» (Lc 10:26). Parece que la pregunta retórica e incisiva «¿No habéis leído?» es característica de su estilo, y ciertamente tendría poca fuerza argumentativa si él no hubiera sabido leer. Hay que notar también que en los relatos evangélicos citados nunca se cuestiona que Jesús supiera leer y escribir.

Tampoco hay rastro alguno de tendencias apologéticas en las que se exageraran las capacidades literarias de Jesús. La capacidad de leer de Jesús aparece como un dato, no como un problema. La conclusión de todo esto es que, cualesquiera que fueran los índices de alfabetización en la antigüedad tardía, es más que probable que Jesús supiera leer.

Craig A. Evans (Erudito en Critica Textual del Nuevo Testamento)

Cortesia de [El Matemático]
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